Tenía ganas de escribir sobre un tema intrascendente y superficial, relacionado con el mundo del turismo y mis viajes alrededor del mundo. En estas fechas veraniegas no he encontrado nada mejor que hablar de las llamadas “chanclas de dedo”.

Reconozco que pueden ser bastante prácticas para el verano, pero resulta poco recomendable para ciertas cosas. Su nivel de sujeción al pie es mínimo, por lo que se hace totalmente desaconsejable para caminar sobre superficies irregulares o para la subida y bajada de escaleras y cuestas pronunciadas.

Aún así, hay personas (especialmente mujeres) que afirman que este es un calzado comodísimo para cualquier ocasión. Al principio me costó entenderlo, pero con algo de observación obtuve una explicación racional que me hizo estar de acuerdo con esas señoras: Cuando dicen que las chanclas de dedo son cómodas, se refieren a que son más cómodas que los tacones de 5 centímetros que usan habitualmente.

He visto a gente con «chanclas de dedo» por senderos en los Alpes, por las empinadas cuestas de San Francisco, en las calles adoquinadas de Brujas, subiendo por caminos hacia el cráter del Vesubio o en una cueva helada del Tirol. Por eso cuando llego a un lugar turístico, bien sea un bosque monumental, una pequeña ciudad medieval o una subida a un mirador natural y dudo si el recorrido será muy dificultoso, me basta con observar como hay personas que salen de la atracción turística con chanclas de dedo, para estar seguro de que el esfuerzo físico requerido no debe ser excesivo.

Creo que esto puede explicarse, en parte, por las limitaciones de peso en el equipaje que están imponiendo la mayoría de compañías aéreas. Si no se quieren pagar suplementos, se suele evitar llevar varios pares de calzado y las chanclas de dedo son ideales por pesar poco y casi no ocupar espacio. No obstante no puedo dejar de sonreir cuando recuerdo ciertas imágenes de señoras subiendo montañas o caminando sobre el hielo con sus “chanclas de dedo”.

Con chanclas y a lo loco
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